Reina Roja Jack Escarcha El intercambio Lucía en la noche El Paciente Casi, casi No es mío El jardín del gigante

Where love does not hurt ...


Ella era ese aquelarre de imperfecciones y silencios inútiles. Palabras redundando dentro de su cabeza buscando un punto en el que culminasen y se reprodujeran a través de sus labios hacia la humanidad.

Sacada de El camino de los cinco sentidos
Sus paseos en el pasillo, entre pequeñas ortigas queriendo desnudar su cuerpo de palabras, de sonidos, de gritos… No sólo de llantos. 

Kilómetros infinitos recorridos entre sus cuatro paredes, miradas hacia el infinito y más allá de su ventanal. Conocía el sabor de lo desconocido, contemplaciones furtivas hacia unos pasos negros de ojos claros, que a la misma hora caminaban, provocaban en ella las más descontroladas sensaciones.

When night comes every human being is vulnerable ...

A la hora de la verdad todos salimos a la calle con un propósito y volvemos a casa con los mismos, los consigamos o no. Pero cuando cae el cielo, cuando todo oscurece comprendemos el valor de nuestra valentía y nuestra fuerza dejándolas a los pies de nuestra cama. Nuestro colchón es ahora mismo nuestro fuerte. Esa trinchera en la que permanecemos horas y en el que vivimos todos nuestros sueños y pesadillas. Esos deseos que pueden o no cumplirse. Esas lágrimas derramadas por personas que no las merecen y esas inevitables sonrisas que dejan un "te quiero" a media luz susurrado al oído.
Recuperada de Flickr

Esas noches agitadas en las que nuestro pulso se acelera. Nuestro corazón, en un intento por huir entre la noche estrellada y el suelo de asfalto, corriendo. Huyendo de nuestros miedos. Ese sobresalto de medianoche que te alerta de que sigues con vida. Ese último suspiro nocturno por no caer en esas terribles pesadillas que parecen realidad en nuestra mente. Esa maldita que nos juega malas pasadas. Te están acechando. No quieres que te consigan alcanzar pero parece como si subida en tus propios tacones y con un vestido de seda te fueran despojando de tu propio cuerpo al tenerte a centímetros de esos malignos dedos que intentan rasgar esas faldas que tanto te ha costado coser e hilar.