Reina Roja Jack Escarcha El intercambio Lucía en la noche El Paciente Casi, casi No es mío El jardín del gigante

Somos tiempo ...


Normalmente contamos los días, las semanas, los meses o años que llevamos con una persona. Cuando alguien conocido nos para por la calle y nos formula la típica pregunta ¿y con tu pareja, qué tal vas? Y se le responde automáticamente el tiempo que lleváis juntos al lado de un impasible “somos muy felices” y una sonrisa que llega de oreja a oreja porque estás deseando hablar de esa persona aunque sea con un desconocido. Pero... ¿Realmente qué somos? Y si en lugar de a la pregunta ¿cuánto lleváis juntos? Respondiéramos llevamos diez besosonce abrazos y miles de miradas

Transportando esta pregunta a la vía personal cuándo se nos pregunta ¿cómo estás? ¿Acaso se le responde con los días que llevamos vivos y los que nos quedan por vivir? No, porque ni nosotros sabemos cuántas horas nos quedan de vida con lo que responder los días sería casi imposible. No llevamos una calculadora en el bolsillo del pantalón para multiplicar las desgracias, los problemas, las ilusiones y los momentos felices de nuestra vida como para dividirlas por las experiencias que nos quedan por vivir y las cuales crearán en nosotros reacciones que ni conocemos.

Dejemos que todo fluya. Que nuestra mirada se pierda en los ojos de esa persona a la que aun le estás buscando el significado en tu vida, que la linea de su mano con la tuya se unan creando un largo camino sin término, que vuestros olores se unan transformando la atmósfera en una cara y arcaica fragancia, que el dióxido de carbono que expulsan sus pulmones lo inhalen los tuyos creando oxígeno conciliador ... Que vuestros sentimientos se apoyen en un mismo pensamiento y haga latir dos corazones al mismo compás.

Cuando hayas conseguido todo esto podrás declarar con total seguridad “estoy enamorada

Luchemos por nuestro Romeo ...

Te quiero como sólo yo puedo quererte. Con tus virtudes y tus defectos. Con tus idas y venidas. Con tus más y tus menos… Pero, te quiero. Sobre todo lo que prevalece en mi es cuanto me importas, lo que llegaría a hacer por ti, la locura que creas dentro de mis incipientes neuronas amorosas y hormonas sexuales. Bates cada uno de mis pensamientos, desatas cada una de mis pasiones, creas un círculo vicioso dentro de mí que gira entorno a tu nombre, tu personalidad y tu cuerpo.

Te quiero porque te quiero. Porque no puedo odiarte, porque mis enfados son reconciliaciones sentadas a mi alrededor… Te necesito porque por ti puedo respirar, puedo sonreír y gritar a los cuatro vientos sin miedo a despertar a cualquier animalito que se encuentre en su madriguera durmiendo complacidamente. 
Partiendo del amor que siento por ti...


Te preguntarás: “¿Desde cuándo Julieta fue a buscar a Romeo?” 

Y yo responderé: “Desde que Julieta se 
percató de que no podría vivir 
sin su Romeo”.

Ápices de esperanza ...


Ella se encontraba tumbada en la cama. Bocarriba. Esa postura que adoptan los humanos mirando hacia el techo cuando quieren tomar la posición vertical de los pensamientos. Dibujaba sus sentimientos, sobre el techo blanco, de color negro. No porque el negro fuera el color indispensable de la tristeza sino porque el contraste era más claro y sencillo para sus pequeños ojos llorosos.

Atrapada entre su cabeza y su corazón, los cuales sentían lo mismo, se gritaba desde su fuero interno “mientras haya un ápice de esperanza seguiré luchando”. Le resultaba complicado tirar la toalla cuando aún existía esa efímera posibilidad.

Conseguía de su propio lecho diferentes perspectivas. Vueltas y vueltas girando sobre si misma tumbada en un mismo lugar del cual no quería levantarse.

Llevaba días sin salir, horas sin comer… Su cabeza le pedía descansar y su estómago alimentos. Estaba perdida. Su teléfono no paraba de sonar. La echaban de menos. Echaban de menos esa sonrisa angelical y dulce con la que despertar el buen humor a los de su alrededor. Pero ella no tenía humor sino dolores de cabeza. Intentaba echarle un pulso a la vida, ser más fuerte que el propio viento arrastrando las hojas de los árboles caídas por el otoño.

Dio un salto de su cama. Se dispuso a ir a la cocina, abrió la nevera, en la cual podría hacer puenting cualquier animal que se propusiera a entrar dentro de ella porque estaba vacía excepto por algún que otro cartón de leche, y con agresividad rasgó una parte del envase que le impedía beber de ella. Tragó sin disimulo hasta saciar su sed. Se volvió hacia la entrada del baño donde había un enorme espejo que delataría su cuerpo turbio, débil y pálido; pero eso no fue excusa para adentrarse en la ducha y encender el grifo donde caía el agua más helada que el invierno de Canadá, eso es lo que haría despertarla totalmente del letargo.

Finalizada su desintoxicación amorosa agarró el teléfono, llamó a su mejor amiga y al segundo ésta descolgó escuchando tras el auricular:

  – Helena, creemos anticuerpos contra el dolor amoroso. Te espero a las doce de la mañana al lado de aquella cafetería en la que es un pecado no entrar. – Dijo casi sin aliento a su amiga que aun anonadada por el estado anímico de la protagonista y sin que ésta pudiera verla tenía la boca abierta de par en par.

  – Pero… ¿Qué es lo que te ha picado ahora Carola?

  – Me ha picado el mosquito de la vida, se ha despertado mi vena de la diversión… Pero eso da igual Helena. ¿Vas a discutir ahora conmigo o vas a mover tu trasero de donde estés para vernos y tomar algo?

  – Si, por supuesto. Llevo días intentando localizarte como para desperdiciar en estos momentos un plan como el que me ofreces – contestó su amiga casi sin aliento.

  – Entonces a esa hora en The little delicacy.

  – De acuerdo, allí nos veremos por fin.


Descolgó sin despedirse de su amiga y con movimientos delicados empezó a recoger la ropa del suelo del cuarto de baño y a vestirse a la velocidad de la luz. Eran las once y no podría hacer esperar a su amiga que tan entusiasmada estaba porque al fin se hubiera decidido a salir de esas cuatro paredes multiplicada por habitaciones.