Reina Roja Jack Escarcha El intercambio Lucía en la noche El Paciente Casi, casi No es mío El jardín del gigante

The world upside down.

Me llaman la Volteretas. Me gusta hacer todo al revés. Vivo por ello y moriré como tal.
Soy de las que hacen la cama mientras duerme en ella, de las que se come el postre, y no porque lo digan los médicos, antes de cada comida. De las que antes de despertarse se paran un momento y deciden levantarse con los dos pies para que no digan que tengo un mal día porque me he incorporado con el pie derecho. De las que lavan la ropa a mano cuando existe una lavadora o de las que se tira al suelo para limpiar porque le encantan las épocas antiguas.

De la que empieza la casa por el tejado y se viste primero por los pies.


Disfruto yendo al revés que todo el mundo. Ya decía mi madre que era la oveja negra de la familia, pero ella no se daba cuenta que lo único que quería conseguir con ello era ser diferente.

Suelo lavarme los dientes antes de comer, lo sé es absurdo, pero el hecho es que ya los tengo limpios.

También me recordaba lo desaliñada que iba a todos lados. Sabía que no me gustaba peinarme ni maquillarme. Tal vez es por ello por lo que me dedico a manchar el lienzo con los dedos.

De pequeña cuando mi progenitora me peinaba esperaba en la salida de la escuela que se marchase para soltarme el pelo, nunca mejor dicho. Cada semana tenía que comprar coleteros nuevos. Los fui enterrando por todo el colegio o amontonando en una bolsa que se encontraba al fondo de mi mochila.

Agarraba mi pelo y lo removía hasta que no quedase de él un ápice de perfección.


Al llegar a casa todo eran discusiones de mi actitud. Todo era llamarme rebelde o definirme despectivamente. Sin embargo, hay una sola cosa que no hago al revés que todo el mundo. Lo hice de pequeña, yo era la que apreciaba, la que transmitía mis sentimientos y la que alagaba a todo el mundo. Ahora soy yo la que espera ese tren que parece no llegar nunca.